Septiembre, tiempo para la recolección de frutos silvestres en la montaña

Moras en maduración

Luis Álvarez

Llegó septiembre, el mes que marca un cambio de ciclo anual muy definido y evidente. Es el del fin de las vacaciones, el del regreso de los estudiantes a las aulas, el de las alteraciones climáticas notorias, el de los anuncios en televisión de los coleccionables y el de la vendimia en los territorios vinícolas como el Bierzo o Los Oteros, como lo pintaron en el calendario medieval del Panteón Real de San Isidoro de León.

Y para el resto de la población que permanece anclada en el norte montañoso de León, donde los viñedos no se pueden cultivar, es el mes de la recolección de los frutos silvestres. En esos pequeños paraísos naturales que proliferan en las estribaciones al sur de la cordillera Cantábrica.

Estos tercos, y cada vez más escasos montañeses, que se aferran a sus paraísos particulares, obviando bíblicos destierros, soportando durante años la ignorancia del mundo urbano, superando distancias y aislamientos, siempre fieles a su tierra. Aprovechan septiembre para recuperar la prehistórica costumbre de dedicar unos días a la recolección de frutos y bayas silvestres, que de forma tan generosa se ofrecen en su entorno, para compartir entre hombres y animales.

Moras, zarzamoras, abrunos (endrinos), frambuesas, grosellas, picaculos (escaramujo o rosal silvestre), sauco, arándanos, mustachos (fruto del serval de cazadores), caruezas (manzanas silvestres) y avellanas proliferan por bosques, veredas, muros y caminos.

Sin necesidad de mucho esfuerzo es posible recolectar cualquiera de estos frutos, para su aprovechamiento culinario y la obtención de diversos licores o mermeladas. Tradiciones bastante extendidas, que luego sirven para consumirse con moderación el resto del año.

Las más abundantes son las moras, porque en cualquier lugar crecen las zarzas para ofrecer sus frutos al paseante. En algunas ocasiones nos dejan su huella, con pequeños arañazos y picores provocados por las ortigas, que son sus inseparables compañeras. Molestias muy asumibles, por la compensación dulce que proporcionan al recolector.

Ovidio García Fernández, una persona muy especial, autentico experto en asuntos de la naturaleza, que vive en Matalavilla. Me comenta que tiene identificadas en el área del Ato Sil cinco especies de zarzas, “todas ellas buenas y comestibles, con sus características morfológicas y sabores bien diferenciados”. Aclara que además de los tallos tiernos y pelados, comestibles, las “amoras” son exquisitas, “tengo colgado del corredor de casa un zarzal de la variedad que más me gusta, que lleva más de 20 años sin fallar una cosecha, impresionante”. Por eso apostilla que es “un cultivo que ya debería estar funcionando en este país de muchas y buenas moras”.

Hecha la recolección, luego ya en casa se elaboran diversas confituras, mermeladas, jaleas, compotas, pasteles, tartas y helados. Algunos de estos frutos se pueden consumir directamente sin elaboración, como las moras, las frambuesas, las zarzamoras o los arándanos. Y también acompañando a otros productos, como el yogur.

Los abrunos cuando ya están bien maduros son agradables al paladar, antes resultan ásperos y agrios; Ovidio también tiene identificadas dos especies de estos endrinos. Son excelentes para utilizar dejándolos macerar con aguardiente (pacharán), de buenas cualidades como tónico digestivo. Esta técnica de creación de licores caseros es frecuente además con otros productos naturales y hierbas.

Otro de los frutos que abundan por las montañas son las avellanas silvestres, este año con escasez, según explica Ovidio “por la sequía que hace que los frutos se caigan antes de madurar”, por lo que nos explica que en años de sequía hay que buscarlas en zonas de sustratos húmedos, “las proximidades de fuentes, presas y ríos”.

Algunos ultimaran en este mes además el acopio de leña para el invierno, recogiendo ramaje caído y seco, o restos de los habituales desbroces que se hacen tan frecuentemente en los montes. Contribuyendo con ello a eliminar materia altamente incendiaria, en el caso de la propagación de un fuego.

Tratando además con ese trabajo de aligerar un tanto la factura de la calefacción de este invierno, que se anuncia con regustos de amargura. Que se podrán endulzar un poco, con la ayuda de las confituras naturales elaboradas para consumir en los desayunos, los postres y las meriendas.

Todo hecho en el mes de septiembre, como el sorbete de licor casero, que ayudará a incrementar el coraje necesario pera hacer frente a los rigores invernales de la tierra.

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