'Llenos de gracia': campeones

Un cartel promocional de la película 'Llenos de Gracia'.

Antonio Boñar

Valmiro Lopes Rocha, Valdo, alcanzó su sueño de ser futbolista de élite y tuvo una dilatada carrera jugando en diferentes equipos de la liga española. Hijo de caboverdiano y española, había nacido en Villablino en 1981, donde su padre trabajaba de minero. Al no poder cuidar de él, el niño que fue Valdo vivía en el colegio para huérfanos El Parral de Aravaca, donde conocería a la que sería su mayor aliada en su afán por encontrar en el fútbol un futuro alejado de las penurias y dificultades que había conocido hasta entonces.

La hermana Marina fue, además de la monja benefactora que vio y creyó en su potencial como jugador, su entrenadora, representante, utillera y conductora de la furgoneta en la que los chavales de El Parral Club de Fútbol acudían a los partidos. Hasta que un buen día, el Real Madrid le hizo una prueba y Valdo se quedó en aquel equipo a las ordenes de Vicente del Bosque. Tenía 18 años.

Esta es la historia real en la que se inspira vagamente Roberto Bueso para co-escribir y dirigir una comedia familiar y gamberra que esconde muchas más dosis de hermosa mala leche de lo que en principio podríamos esperar. Porque no podemos negar que una cinta que une monjas, niños con problemas, fútbol y un relato de superación personal tenía muchas posibilidades de volverse sensiblera y melosa. Y lo que nos encontramos en cambio es una divertida oda a lo políticamente incorrecto, con unas monjas que fuman o beben cerveza y unos niños que hablan y se comportan de forma totalmente creíble, sin absurdas concesiones a ese público biempensante que acude a la sala de cine en busca de un humor más blanco y artificial. Quizás esa sinceridad que transpira el filme se deba a su completa asimilación de la época que retrata, principios de los noventa, unos años en los que todavía no habíamos caído en la dictadura de la corrección y a las cosas se las podía llamar por su nombre.

Llenos de gracia sorprende por sus diálogos directos y tiernamente provocadores, por su capacidad para transitar ese difícil territorio de la comedia con una humanidad y una autenticidad emocional que logra extraer una sonrisa inteligente al espectador. Además de una Carmen Machi que está igual de bien que siempre como esa hermana Marina que llega al Parral para ganarse la atención y el cariño de los niños que se ven obligados a pasar allí el verano, la película cuenta con un fantástico grupo de chavales que llevan todo el peso de la narración con un desparpajo y gracia prodigiosos. En eso, en la desinhibición de las interpretaciones, y en el tono alejado de azucarados clichés, la película de Roberto Bueso entroncaría con la exitosa Campeones (2018).

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