El hilo que enlaza la tradición oral femenina con el repertorio de escritoras leonesas del siglo XX

De izquierda a derecha y de arriba abajo, Felisa Rodríguez, Josefina Aldecoa, Elena Santiago y Manuela López García.

César Fernández

Ellas hilaban y contaban y ellos llevaron la fama. Hay un hilo en la literatura leonesa del siglo XX que conecta la tradición oral con el reflejo escrito de aquellos cuentos y leyendas que dieron lugar a libros de relatos. Las mujeres eran las principales protagonistas de los calechos y los filandones, que ahora quedan más asociados en el imaginario colectivo a los grandes autores que llevaron por distintas partes del mapa el espíritu de aquellas reuniones transformado en alto valor literario. El curso 'Escritoras leonesas del siglo XX. Acercamiento a su realidad' reivindicará en el aula de la UNED en San Andrés del Rabanedo (con modalidad presencial y online en directo y diferido) desde este próximo martes 26 de octubre y hasta el 30 de noviembre el papel de pioneras en las letras de la provincia, las que publicaron antes del cambio de siglo.

Había incluso filandones de casadas y de solteras. Los niños pequeños acompañaban hasta un momento que marcaba su 'mayoría de edad'. Cuando eran capaces de entender las connotaciones eróticas que subyacían en algunos de los cuentos, abandonaban las reuniones “y se iban a la taberna con los hombres”, según relata la narradora y editora leonesa Ana Cristina Herreros, que el jueves 18 de noviembre ofrecerá la ponencia titulada 'La herencia narrativa. El protagonismo de la mujer como narradora en los filandones y calechos ligados a nuestra tradición oral'.

“El hilado siempre fue un trabajo femenino. Se contaban relatos por parte de mujeres y para mujeres. Me ha sorprendido que no se haya reivindicado esto. Pero es que las mujeres nunca ocuparon un espacio público”, lamenta Herreros con el contraejemplo de una “película tan hermosa” como 'El filandón', donde el cineasta berciano Chema Sarmiento reunió a Antonio Pereira, Luis Mateo Díez, José María Merino, Pedro García Trapiello y Julio Llamazares. ¿Cómo han trasladado esos primeras espadas literarias al papel aquella tradición oral? “En el caso de Pereira, que era un pedazo de narrador, lo importante no es lo que cuenta, sino lo que calla. Y eso es hiperfemenino”, contesta.

Traslación sesgada de la tradición oral

Claro que la traslación literaria de fábulas que se cocinaban en un espacio íntimo no siempre fue ni tan brillante ni tan inocua, censura Herreros al aludir a la conversión de los relatos bajo el influjo de órdenes religiosas hasta “demonizar a la mujer” tachándola de “mentirosa o vaga”. “Y al final perviven valores machistas porque las historias fueron recogidas de manera sesgada”, añade sin obviar que aquel poso incluso pudo ser mayor en una tierra “hipercatólica” como León.

El protagonismo siempre era femenino en los filandones, una figura que ahora se asocia más en el imaginario colectivo con grandes autores de la literatura leonesa. ¿Cómo trasladaron aquella tradición oral? En el caso de Pereira, lo importante no es lo que cuenta, sino lo que calla. Y eso es hiperfemenino, responde la narradora y editora Ana Cristina Herreros

Hubo mujeres, pocas, que cogieron aquel hilo y le dieron carrete. Fue “cuando ya podían acceder a cierto tipo de educación”, señala la escritora y jurista Mercedes Fisteus precisamente al 'hilo' de su ponencia 'Literatura y mujer en las zonas de Laciana y Babia. La huella de leyendas y la mitología' y con el ejemplo de Eva González, que nació en 1918 en Palacios del Sil, el “caso paradigmático” de mujer que recogió y divulgó por escrito aquella tradición oral. Fisteus cita desde Laciana otros ejemplos, algunos ya sobrepasada la frontera del siglo XXI como el caso de Guadalupe Lorenzana.

Las mujeres fueron accediendo a la educación para desterrar lastres en forma de “datos demoledores” como el que endosaba a la provincia de León un porcentaje sangrante como el de que “el 80% fueran analfabetas” a la altura de 1877, según remarca el doctor en Historia Paco Balado, que hablará el jueves 28 de octubre sobre 'La Institución Libre de Enseñanza y las escritoras leonesas del siglo XX' para subrayar cómo los sucesivos gobiernos conservadores y liberales en el 'turnismo' de finales del XIX “asumieron” el espíritu de la ILE o de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer fundada en 1869 por el exsacerdote leonés Fernando de Castro, cómo luego surgió la Residencia de Señoritas como caso paralelo a la célebre Residencia de Estudiantes y cómo aquel caldo de cultivo también se sustanció en la Fundación Sierra Pambley.

La Fundación mantuvo el “espíritu” en la provincia con sedes en Laciana, Hospital de Órbigo y León, además de Tábara (Zamora), a través de un proyecto “que no distinguía entre sexos”. “Se puso la educación en la base del progreso de España. Y hubo una correa de transmisión local”, destaca Balado. El resultado fue que muchas mujeres se encaminaron por la rama científica, mientras otras optaron por la docencia.

La creación desde finales del siglo XIX de instituciones de enseñanza que fomentaban la igualdad entre sexos fue desterrando lastres en forma de datos demoledores como el que endosaba a la provincia de León un porcentaje sangrante como el de que el 80% fueran analfabetas a la altura de 1877, reseña el historiador Paco Balado

El hilo de la literatura femenina leonesa del siglo XX pespuntea luego con las biografías de pioneras como Manuela López García 'Manolita' y Felisa Rodríguez, poetas y maestras de Cacabelos y Noceda del Bierzo, respectivamente. Parte de la obra de la primera “quedó sin publicar porque sobre ella pesaba el exilio interior y le costaba trabajo mostrarlo al exterior”, cuenta la escritora, investigadora y gestora cultural Mercedes González Rojo, que expondrá el martes 9 de noviembre el caso de esta mujer en cuya biografía sobresalta el asesinato de su marido al comienzo de la Guerra Civil cuando ella estaba embarazada de su primer hijo. Ahora González Rojo sigue implicada en el rescate de poemas en un volumen que llevará por título 'Poesía (in)completa de Manuela López García' con la colaboración de una quincena de ilustradores leoneses.

Las que se quedaron y las que se fueron

Felisa Rodríguez, por su parte, “no distinguía entre su vida y su obra”. “Hizo una poesía totalmente auténtica. Los temas que le importaban en su vida los llevaba a su obra. Y son muy pegados al terruño”, enfatiza el escritor, profesor y crítico literario Manuel Ángel Morales Escudero, quien el jueves 11 de noviembre ofrecerá la ponencia 'Felisa Rodríguez: Corazón de Campana'. “Ella sabía que no iba a tener trascendencia quedándose en el pueblo”, añade al citar versos como en el que se reconoce olvidándose de “los aplausos de la gloria”.

Rodríguez no alcanzó la gloria literaria (“la marginalidad no le importaba y la crítica no le hizo mucho caso”, abunda Morales), pero sí pudo escarbar en una poesía “universal” alejada del tono político o social perecedero de algunos coetáneos. Lo hizo con un pie puesto en lo “doméstico” de su pueblo, Noceda, y otro en lo “salvaje” de la Sierra de Gistredo. “Ella tenía preocupaciones sociales, pero vivía entregada a la naturaleza. Y hoy se habría preocupado por el medio ambiente”, añade el crítico literario, que la conoció en vida y destaca por encima de todo su “bondad”.

Los programadores culturales eran mayoritariamente hombres, lamenta la escritora, investigadora y gestora cultural Mercedes González Rojo para subrayar uno de los factores que explican la falta de visibilidad de las autoras, que siguen soportando la culpa del abandono (familiar) cuando se plantean ir de gira

Hubo quienes se salieron de la línea y cosieron su trayectoria fuera de la provincia. Los casos más reseñables fueron los de Josefina Aldecoa y Elena Santiago, sobre las que hablará el jueves 4 de noviembre Mercedes González Rojo, quien subraya que “fue mucho más fácil acceder a la publicación fuera de la provincia”. “Y en estos casos el reconocimiento en la provincia llegó una vez que obtuvieron el reconocimiento exterior”, agrega para hacer ver dificultades extras para hacer carrera literaria cuando “los programadores culturales eran mayoritariamente hombres”. “Y las mujeres”, remacha, “seguimos soportando la culpa del abandono (familiar) hasta pensar muchas veces en cómo vas a ir de gira para presentar fuera un libro”.

El hilo que conecta la tradición oral con la traslación escrita todavía pasaba ya bien entrado el siglo pasado por muchas diferencias entre sexos. Aquel porcentaje sangrante de analfabetismo en el último tercio del XIX había bajado, pero Carmen Busmayor, que tomó por consejo de Antonio Pereira como apellido artístico el nombre de su pueblo natal (ubicado en el municipio berciano de Barjas), pone algún ejemplo: “A veces a las chicas no se les mandaba a la escuela y apenas iban cuando caía una nevada y no podían sacar a las vacas; mientras a los chicos sí se les mandaba para que al menos supieran las cuatro reglas cuando fueran a ir a la mili”.

Busmayor, que ya hacía sus pinitos en la revista del Instituto de Fabero y estudió en Oviedo y Madrid para desarrollar luego su carrera docente (“hacer carrera literaria es difícil para casi todos; la mayoría vivimos de un sueldo”, apostilla), comenzó a publicar a principios de la década de los noventa. Y se recuerda organizando en 1976 a su llegada como profesora a Toral de los Vados un certamen de poesía que murió a su marcha en 1978 para instalarse definitivamente en León. En la Fiesta de la Poesía de Villafranca del Bierzo solía coincidir con Manuela López García, dice antes de citar otros nombres femeninos que se implicaban en esa celebración también desaparecida. ¿Cómo era el trato con los hombres? “No tengo queja. He trabajado por libre, pero cuando les he pedido un favor han respondido ya desde mi época inicial”, contesta sin eludir que, socialmente, la mujer que escribía “era considerada machuna”.

A veces las chicas apenas iban a la escuela cuando caía una nevada y no podían sacar a las vacas; mientras a los chicos sí se les mandaba para que al menos supieran las cuatro reglas cuando fueran a ir a la mili, cuenta Carmen Busmayor antes de admitir que, socialmente, la mujer que escribía era considerada machuna

La también escritora berciana Amparo Carballo comenzó en 1976 a hacer colaboraciones en prensa. “Llamaba mucho la atención, porque había muy pocas mujeres que lo hicieran. En Ponferrada creo que no había ninguna”, cuenta antes de relatar cómo notó en ciertos comentarios un “tono paternalista” cuando publicó su primera obra en 1980. “No me gusta”, prosigue, “hacer distinción entre 'literatura femenina y masculina'. A estas alturas poner adjetivos me parece que es seguir colocándonos en un segundo plano, ya que nunca se habla, en igualdad de condiciones, de una 'literatura masculina'. Para mí la literatura es buena, regular o mala”.

¿Literatura femenina distinta a la masculina?

“Lo de literatura femenina me parece una cosa espantosa. Y creo que es una hipocresía enorme hablar de una literatura para mujeres. Nos hacen lectoras de segunda. Es algo que está de moda y me parece una abominación”, coincide Ana Cristina Herreros, quien admite que “hasta cierto punto” la forma de hablar de León“ le ”ha abierto puertas“ en ambientes literarios madrileños por proceder de ”la provincia con más densidad de escritores“ y con grandes exponentes de la ”preservación de la memoria oral“ como Pereira o Llamazares.

Fue en 1986 cuando María José Montero dio su primera puntada en Villadepalos (Carracedelo), si bien aclara que todos sus libros han sido autoeditados. Había muchos más hombres que mujeres en el sector. “Pero nunca noté que ellos me hicieran de menos, al contrario”, afirma para reconocer que las diferencias de trato “dependen más de los egos”. “Yo siempre fui independiente. No le debo nada a nadie”, presume la poeta gallega afincada en la provincia desde joven.

A María José Montero internet le he permitido algo impensable como gozar de reconocimiento en América Latina, si bien admite que ni siquiera entraba en sus planes hacer carrera literaria desde una pequeña localidad de la hoya berciana: Vivir del arte es como querer andar por la nubes

Montero también llevó esa bandera cuando se metió en la política municipal a caballo entre finales de los ochenta y principios de los noventa. ¿Que cada vez haya más mujeres concejala de Cultura implica que pueda haber una mayor sensibilidad? “Yo creo que eso depende más de la inquietud personal”, responde. Lo que sí notaba entonces era un mayor dinamismo: “Había más movimiento cultural de aquella en el Bierzo de lo que hay ahora”. Aunque admite que internet es una “herramienta” que le ha permitido “algo impensable” como gozar de reconocimiento en América Latina, asume que hacer carrera literaria desde una pequeña localidad de la hoya berciana ni siquiera entraba en sus planes: “Vivir del arte es como querer andar por las nubes”.

Ester Folgueral se crio en Fuentesnuevas (Ponferrada), desde donde parecía una “extraterrestre” ávida de encontrar lecturas con la que saciar su ansia literaria y que luego estudió Periodismo en Madrid no porque quisiera seguir ruedas de prensa, sino porque deseaba escribir y quería esquivar el Latín y el Griego inexcusables de haberse encaminado por Filología. “Yo no tenía referencias de escritoras”, advierte al reconocer que tardó “años” en descubrir 'Nada', de Carmen Laforet. Y luego se encontró en la capital de España, en plena Transición política y social, en un momento de ebullición cultural.

Fue a su regreso al Bierzo, tras pasar por Canarias y estrenarse como autora en 1988, cuando descubrió en la frontera de los dos siglos a una serie de autoras locales, asegura tras citar la importancia de libros como 'Literatura de tradición oral en El Bierzo', de Alicia Fonteboa. “No tenía nombres de mujer en mi cosecha”, reconoce quien el jueves 11 de noviembre ofrecerá la ponencia 'Escritoras bercianas del siglo XX'. “Nos está costando mucho simplemente que no se distinga entre hombres y mujeres, sino por el valor literario”, apunta Folgueral, que también ejerce como profesora de escritura creativa y como programadora cultural, un ámbito este último en el que acaba encontrando la paridad sin buscarlo de antemano sin obviar que se encuentra con una atmósfera “muy ombliguista”. “Al final hay hacer muchas cortesías y pertenecer a un círculo, y a mí eso se me da fatal”, advierte.

El tono paternalista que Amparo Carballo notó cuando publicó en 1980 su primer libro se transustanció en cierta incredulidad todavía cuando lanzó veinte años después Ediciones Hontanar sin padrinos de por medio. Hablar de 'literatura femenina' es seguir poniéndonos en segundo plano, lamenta

Carmen Busmayor también hace de programadora cultural desde que hace más de una década lanzó el recital 'Versos en el hayedo', en el impresionante espacio natural que le brinda su pueblo natal y en el que concita ya a muchas más mujeres que las que la acompañaban en la Fiesta de la Poesía de Villafranca. El tono paternalista y condescendiente que Amparo Carballo detectaba cuando se estrenaba como autora en 1980 se transustanció dos décadas después en cierta incredulidad cuando lanzó sin padrinos de por medio Ediciones Hontanar. Y Ana Cristina Herreros reconoce que su experiencia de 25 años en un sello reconocido como Siruela también pesa (“y, tristemente, me abre puertas”) cuando se presenta también como editora.

El hilo de la falta de visibilidad de las escritoras leonesas, uno de los leitmotiv del curso, se enhebró en aquellos calechos y filandones de los que apenas salieron narradoras hasta enlazar con denuncias de discriminación como la carta que todavía en 1994 remitió Manuela López García a la Casa de León en Madrid por organizar un recital de poesía berciana sin apenas autoras. Sólo un año después nació en Villablino Mercedes Fisteus, que antes de cumplir los 25 ya había sido reconocida con el Premio de Novela Ateneo con su obra 'Dentro de dos años'. “Hemos avanzado y seguiremos avanzando”, augura la joven autora al reconocer que aquellas contadoras de historias al calor de la lumbre “se centraban más en guardar la tradición y la cultura que en reivindicar su presencia” ahora que cree que podría bordar su propia carrera literaria sin la necesidad de salir de Laciana, algo impensable para las escritoras del siglo XX.

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